Probablemente ya dije esto antes, pero yo soy como el gato Garfield: si hay un día de la semana que merece ser odiado, ese es EL LUNES!
Hay que volverse a levantar temprano después de dos supuestos días de descanso que en realidad no sirven para nada. Todo el mundo se levanta tarde y andan por las calles mentándose la madre de coche a coche. Sin ir muy lejos, esta mañana estaba su s.s. cruzando la calle junto con otro peatón por la esquina y con el rojo, como buenos ciudadanos, cuando un troglodita tuvo a bien aventarnos el carro. Yo le grité que era un pen**jo. El otro peatón le rompió la calavera derecha con su portafolio.
En la oficina, todo el mundo quiere que me acuerde en dos segundos de lo que hicimos o dejamos pendiente el viernes. ¡Como si pudiera acordarme de lo que hice el domingo, por favor! El maldito teléfono no para de sonar con estas inmundas llamadas de telemarketing, mi jefe no viene, o viene tarde; la mitad del personal llega tarde o se reporta "enfermo"; hay ochocientos cincuenta mil correos electrónicos qué contestar; el chico que limpia los zapatos decide hacer "san lunes", y todo el mundo parece más apendejado que de costumbre.
Nomás falta que me arrojen un pastel de merengue a la cara. O que mi jefecito regrese a las cinco de la tarde y convoque a una junta de cuatro horas, como acostumbra.
Como dije antes, ¡¡ODIO LOS LUNES!!
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