Hay cosas y casos del trabajo que pueden sacarnos totalmente de quicio, pero mi experiencia personal me ha enseñado que, en el 90% de las ocasiones, el verdadero problema radica en la gente, y por gente me refiero a los trogloditas con los cuales la mayoría de nosotros debe lidiar en la palestra para ganar el pan de cada día.
Y todo ello no solo emana de la psicología individual de cada persona, que suele estar ya bastante dañada cuando se accede a cualquier empleo (léanse chismes, envidias, rencores reales o supuestos, favoritismo, carrera de la cama continua, etc.), sino a los pequeños detalles a los que nadie pone atención jamás, tales como el tono de voz, el lenguaje corporal y el manejo del lenguaje hablado per se, todos ellos elementos particularmente sutiles, pero potencialmente letales en el ámbito de las relaciones laborales.
Ningún individuo nace sabiendo, eso está claro, y se supone que tanto la familia como la educación escolar deberían formar individuos capaces de desarrollarse efectiva y plenamente en el ámbito de la competencia social, pero la triste y cruda verdad es que hoy en día ya nadie pone atención a pequeños detalles de sentido común y “buenos modales” que solían ser no solo una norma, sino una imposición, en los felices tiempos infantiles de la que escribe. Mantener un tono de voz educado, no alzar la voz en público, bajar la voz cuando otro habla por teléfono, evitar “tronar” la boca, “echar trompetillas” o girar los ojos frente a la persona que nos causa un disgusto, son elementos del buen comportamiento que han ingresado al cementerio de las cosas pasadas de moda. Estos signos de nuestra buena crianza ahora se consideran signos de “debilidad” en un medio donde el que grita más fuerte es el que gana la discusión, y el que, agotando la paciencia del otro logra que éste ceda, el vencedor máximo.
En suma, me parece que resulta en exceso fatigoso y frustrante luchar cada día contra la marea de violencia disfrazada que comienza a subir inmediatamente después de que todos nos damos los buenos días con un “afectuoso” beso en la mejilla. Exactamente a los cinco minutos, las vicisitudes alrededor nos llevarán a tratarnos unos a otros como si fuésemos una manada de hienas, sin recordar ni por accidente que los buenos modales son el aceite que lubrica los complicados engranajes de la convivencia humana. Y por favor no me digan que es un “problema de cultura”. No, señor, porque yo he conocido personas de muy “baja” condición social que tienen mejores modales que los riquillos de Las Lomas, y cada individuo es capaz de tomar sus propias decisiones. Ser, o no ser naco, esa es la decisión.
Para concluir, he de hacer constar que yo evito en la medida de lo posible recurrir a todas esas técnicas nacas, barriobajeras y arrabaleras para salirme con la mía. Aunque en la vida privada soy blasfema como pirata, alburera como teporocha, y colérica como demonio de Tasmania, procuro esconder el cobre en mi lugar de trabajo, ya que suscribo el axioma de que el respeto obtenido es directamente proporcional al respeto otorgado. Por tanto, mi condición de “persona de calidad” (o sea, persona que desea tener calidad en todos los aspectos de la vida), demanda un mejor comportamiento de mi persona hacia los demás, para poder exigir el mismo trato, y hacer más llevaderos los tropiezos de la vida laboral.
2 comentarios:
Apaaaa. Es como el reclame del Sony: Macho que se respeta no pide direcciones, jajaa.
Bien dicho, qué cuesta hablar bien, carajo.
Ojalá la genten entendiera estos conceptos básicos de convivencia, se haría todo más llevadero.
Un besott
Ay, inesita. Si el mundo entendiera el concepto de "no le hagas al prójimo lo que no te gusta que te hagan a tí" (ya no digamos amarlo, que eso requiere competencia divina), estaríamos un paso más cerca del paraíso.
ABRAZOTES!!
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